miércoles, 7 de diciembre de 2011

Nunca le enseñaron a andar...

De regreso a casa después de una larga noche de excesos con los tímpanos aun bombeando al son de la música y con las pupilas todavía dilatándose, ya por la mañana, un momento antes del despertar de la mayoría, mientras algunos rezaban por no despertase de sus Sueños, me di cuenta de que íbamos camino del fin.
Unos días más tarde con aspecto clandestino cada uno de nosotros empezó a buscar su camino, solo unos pocos lo teníamos claro, queríamos aprender a ver en la oscuridad, a vivir, pese a muchas tormentas que se pudieran avecinar por ello. Muchas habladurías nos decían que estábamos jugando y apostando muy fuerte con nuestra vida. Todos nosotros obviamos sus desdichas y corrimos hasta ese lugar, mientras pisábamos los restos de sal en la orilla, no nos cansamos de correr, y seguimos hasta llegar oír crujir las hojas caídas por la llegada de la nueva estación, tras las andadas mi guarida se asentó en un Oasis del Interior

Otros en cambio tuvieron que buscar de manera exhaustiva por recónditos lugares para encontrar el lugar perfecto para despegar e iniciar su vuelo sin turbulencias. 

Impacientes decidimos salir a la superficie e ir más allá, con nuestros bártulos y algún que otro retrato del pasado a veces muy presente, conseguimos trepar hasta la azotea de aquel alto edificio, ningún otro edificio le hacía sombra y las vistas sobre el horizonte eran únicas. 

Allí arriba, a lo más alto, solo llegamos unos pocos, algunos se rindieron antes, dejaron de luchar, otros, los que llegamos nos dimos cuenta de que aun quedaban muchos vicios por perfeccionar juntos y de que por mucho que nos moviéramos, cambiáramos, creciéramos, saltáramos, gritáramos, amaramos, lloráramos, cayéramos y nos levantáramos siempre iba a estar a prueba nuestra capacidad de improvisar y de reaccionar…